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Las putas de mis vecinas (venirse cada dos meses)

 
Post #1


Las putas de mis vecinas (venirse cada dos meses)Nunca he sido un muchacho popular, en el colegio apenas tuve un par de noviecillas y en la universidad una aventura con otra estudiante pero, en el fondo, seguía disfrutando puñeteármela. No es que sea yo feo o idiota, pero en cuanto conocía a una muchacha, esperaba que fuera menos romántica que las demás, que le diera por zorrear y guarrear, y cuando comprendí que eso no ocurría afuera de mi desviada mentalidad, me sumergí en la carrera y en los libros. Comencé a trabajar y saliendo del trabajo seguí con los libros, para matar el aburrimiento y con estos hábitos me fui haciendo cada vez más inseisible a la presencia femenina, practicamente eran sexualmente invisibles para mí; sólo cada mes, o dos meses, me venían unas ganas profundas de venirme y acudía a mis recuerdos de todas las santas que había conocido. "Ojalá fueran así de guarras en la realidad", pensaba mientras a unas las ponía en cuatro patas mientras otra me lamía el escroto, o las acomodaba en línea y empinadas para seleccionar el culo que mejor se acomodara a mi capricho. Pero fuera de esto, volvía a lo intelectual, y me fuí haciendo, sin notarlo, un hombre casto. Los santos, me decía, toda esa gente que quiere superar las tentaciones no tiene más qué hacer que ver las cosas tal y como son, la plena realidad, si quieres cogerte a una puta, has de ir a buscarla a un putero; las mujeres en la calle, en los bares, en el colegio, en el trabajo, piensan en dinero, pero bien ganado, es decir, no puteando, a menos que puedas ofrecerles un contrato de por vida para que se queden con tu salario. De sobra está decir que esas putas a la larga pueden aburrir. Hasta que me mude de casa, con el dinero que había ahorrado de mi tabajo, y pude conocer a dos mujeres que, sólo de recordarlas, me provocan una erección, a veces la señora casada, amor, a veces la joven que quería ser santa, bebé. Decía Me encontraba sumergido en la parafernalia de la obra de Gargatúa y Pantagruel y, dado que la semana pasada me había puesto demasiado caliente con la conversación que tuve con la esposa de un amigo de mi padre en su festejo de cumpleaños, cuando me comenzó a decir lo terribles que eran los crímenes de las noticias y el problema que acarreaba para la sociedad la imposición de castidad en los sacerdotes. Dado que, como pude comprobar a partir de la cruz dorada que colgaba entre sus senos, era católica, me permití citar a San Agustín, en su Ciudad de Dios, en donde se plantea la naturaleza libre del hombre, que puede vivir en castidad, siempre y cuando posea las virtudes necesarias, que yo, como dije, poseía de sobra: "Prácticamente mi vida es la de un sacerdote", dije textualmente, y la fasciné con mi conversación sobre toda la Edad Media, la más erótica que haya existido jamás. Por supuesto, después de varias copas, la señora sólo quería escucharme hablar, mientras los demás señores y señoras se contaban brutalidades de su vida diaria y ella, la perfecta casada, me entregaba su tarjeta, con lo que me quería dar a entender dos cosas: que le había gustado escucharme hablar como un santo, y que era abogada, al menos tenía el título de Derecho sin ejercer la profesión porque "se había dedicado a su familia", como la escuché decir con tristeza. Se veía tan agradable, su cuerpo maduro pero firme, que al despedirnos, me sentí obligado a tomarla de la cintura y abrazarla para que sintiera suavemente en su muslo mi juventud. Pero por supuesto, una vez calmada la hinchazón, me avergoncé de mi actitud, y del tiempo perdido, y tiré su tarjeta a la basura. Además, ¡me había dado su tarjeta!, una brecha generacional demasido grande había entre nosotros, ¿quién usa tarjetas hoy en día? Una noche en que no pude dormir, a causa de mi insomnio, escuché que alguien llegaba de mad**gada, que abrían una cochera y me asomé por las cortinas. Había un auto estacionado a media calle (lo que me sorprendió porque en la zona la gente era muy respetuosa de las leyes de tránsito), con las luces encendidas, y abriendo la cochera estaba una mujer en vestido corto y entallado caminando a prisa con pasos cortitos, tan amplios como le permitía el vestido, y en tacones que hacían sonar la banqueta con todo el peso de su sensualidad, y subió al carro para guardarlo. Los cuatro autos detenidos detrás del suyo le pitaron. La impertinente sólo aventó el vaso que traía consigo por la ventanilla. La semana siguiente, me desperté de mad**gada, y escuchaba los carros pasar, lentamente. Hasta que escuché uno detenerse. Instintivamente me asomé. Como la semana pasada: detenido a media calle el auto de mi vecina, y la muy descarada, de nuevo, enseñando pierna torneada por aprovechadas visitas al gimnasio, cara completamente maquillada, y su actitud de dueña de la calle. Ahora, al volver a su auto, no arrojó un vaso, sino que abrió la puerta, se recogió el pelo, sacó una pierna, se agachó y vomitó. Cerró la puerta y guardó el carro como si nada hubiera ocurrido. Por motivos laborales, me ví obligado a invitar a mis vecinos a un panel que organizaba la empresa en que trabajaba. La vecina de en frente no estaba, y le dejé a la criada un volante informativo. Repartí casi cien, y cuando llegué a la casa de la desmad**gada de piernas divinas y buen culo, al menos era lo que veía desde mi ventana, salió una muchacha de veinte años. Esperaba que saliera su madre o la criada, o su padre o el perro, pero no ella. Se acercó, prácticamente como una puta, y una gran sonrisa: "¡Hola, vecino!", dijo y me abrió la puerta. Le expliqué lo del evento, y le pregunté por sus padres: "No están", dijo, "pero yo les, digo, ¿de qué trata el evento, tú trabajas ahí?" Me agradó su capacidad de socializar, pero claro, no es que fuera puta, era sólo amable, podía vestirse como puta, hacer amistades como puta, pero no lo era, eso ya lo había descubierto. En fin, al día siguiente, vino la vecina de enfrente, la patrona de la criada que me tomó el volante. Me sorprendió su belleza, era rubia, con voz de mujer de rancho que alcanzó un buen contrato matrimonial, franca y, como la mujer del amigo de mi padre, aburrida, con ganas de conocer a un tipo amable, pero nada puta, claro está. Le expliqué el evento, y le aseguré que era un placer conocerla. Entre mis libros, sólo pensé en su vestido gris rayado, su andar de señora que cuida su aspecto, pero debajo, una mujer que necesita una verga diferente y, sobre todo, una que no sea por compromiso. De nuevo, como habían pasado dos meses aproximadamente, mi cachondez, a la que vino a unirse la otra vecina, la vomitona, fiestera, educada, pero no puta. Suspiré una vez que me vine y seguí con mi vida. Una noche, cuando me preocupaba sólo por tratar de comprender qué pasaba por la mente de Rabelais para expandir de la forma en que lo hizo los delirios sexuales de un sacerdote en las postrimerías de la Edad Media, recibí un mensaje: "Hola, soy tu vecina, ¿me agregas?" ¿Era una broma? Ví la foto, era la muchacha. "Hola", la saludé, e inmediatamente la acepté. DIjo que había ido al evento y había conseguido mi contacto por la empresa. Le pregunté si iba a salir esa noche, y dijo que no, sus padres se habían llevado el carro. Me pasó por la cabeza invitarla yo pero eso sólo garantizaría que se creyera digna de negarse, así que sólo le dije que era muy guapa, que me había sorprendido cuando le llevé el volante. Agradeció, y me preguntó qué hacía despierto y le comencé a platicar de Rabelaís, pero comprendí que no estaría interesada en eso, así que desvié el tema hacia lo que no la aburriría: los halagos. "Los sacerdotes, imagínate", le dije, "los pobres sólo pensaban en mujeres bellas, a las que les pudieran hacer de todo, imagina toda la contensión sexual de esos hombres incapacitados para la virtud, ¿qué hubieran hecho contigo?, pero bueno, ya no estamos en la Edad Media, despreocúpate". "No soy tan guapa", dijo, "exageras". "En verdad lo eres", le dije, "todo lo que te pones te queda bien, se ve que vas al gimnasio"; "no, casi no, necesito aplicarme"; "así ya estás bien, de verdad"; "gracias"; "cuando te vi pensé: qué bárbara, qué cuerpazo"; "gracias"; "si me permites, qué culo"; "gracias, nadie me lo había dicho así"; "qué esperabas, estás tan buena que nadie se atreve a decirlo"; "gracias"; "quizá podamos un día salir, si es que te dejan", dije para provocarla; "puedo hacer lo que quiera", dijo; "no es verdad, eso dices, pero no puedes hacer lo que quieras, en fin, creo que ya me iré a dormir". La muy zorra, me atrajo de la manera siguiente: "podemos salir, y lo que quieras". "¿Por qué no vienes?", le dije, me gustaría mucho tenerte aqui, mirarte el culo, acariciártelo, tenerte de rodillas entre mis piernas, tanto te me antojas". Dejó de responder y en un minuto se desconectó. Típico, no hay putas gratis en el mundo. Me acomodé para dormir y escuché que tocaron el timbre. Era mi vecina, en short de dormir y una blusa de tirantes, y sus pantuflas afelpadas. "Hola", dijo tímida, "¿puedo pasar?" Le abrí la puerta y le dije: "adelante", y le hice una reverencia, con la finalidad de verle el culo. Todo lo que había imaginado me dejó hacérselo, estaba completamente mojada, no había terminado de venirme en su culo, y ya me lo estaba chupando, hasta el fondo, recogiéndose el pelo y mirándome con ojos de súplica, y finalmente, también me la cogí de forma "natural". Para evitar cualquier malentendido, le dije que tenía que trabajar mañana. "Bueno", dijo, "me hablas", le abrí la puerta y salió. Al fin una puta, espléndida. Le hablaría, claro, cuando me volvieran a dar ganas de coger con ella, lo que podía ser en un mes, dos meses, no lo sabía. Al día siguiente, vino la vecina casada, la guapa señora, y me invitó a una comida en su casa. Fuí, claro, y la encanté con mi completo entendimiento de la vida matrinonial y el importantísimo papel de la mujer en el hogar. Más y más halago, más y más cachondez para ella, y para mi regocijo, su marido celoso, sólo escuchándome y de vez en cuando diciendo una estupidez, hasta que se fue al aparato de sonido y a platicar con otros invitados. "Es usted una señora muy guapa", le dije; "me sorprende, es más atractiva que muchachas de veinte años". "Ay, gracias", dijo acariciándose la blusa y la falda por la cadera". Cuando fue a ver que la sirvienta se apresurara con el pastel de postre, fuí a buscarla porque, para qué mentir, una mujer agradecida siempre me ha puesto cachondo. Me la topé junto a las escaleras, antes de llegar a la cocina, y la acaricié de la cintira: "está usted muy delgada", "gracias", dijo en la penumbra. De haber un poco más de luz, no se hubiera dejado abrazar, y no se hubiera dejado jalar hacia la sala, también en la oscuridad. La besé, la seguí halagando: "se parece usted a la duquesa de Alba, con esta cinturita". La muy puta y tonta no sabía quién era la duquesa de Alba, pero le gustó el cumplido, sonaba muy encopetado, y cuando halagué sus pestañas ("tan largas como para ahorcarse con ellas"), me besó como si besara un pastel de miel, tan zorra que de recordarla me viene una erección. La tomé de los brazos y con una ligera presión hacia abajo la olbigué a ponerse de rodillas, en donde quería estar, naturalmente, desde que me había conocido, desde que había sido su nuevo vecino, joven e inteligente, guapo y amable. Se fascinó con mi verga en su boca, se acarició con ella las mejillas, me la babeó, me acarició las piernas y mi abdomen. Sentir con mis manos su cabello rubio y lacio, el olor del jabón con que habían lavado el piso del pasillo y el sonido amortiguado de sus lamidas y gemidos por la alfombra de la sala, me hicieron venirme como nunca antes. Sentí mi semen en su cabello, literalmente, en su cara, y escuché que dos ráfagas de semen caliente fueron a dar al sillon, y otras en la alfombra, y otro tanto, lo menos sin dejar de ser mucho, en su cara y boca, cuello, y blusa, y falda y muslos. Me tumbé en el sillon con descansabrazos y ella, volviendo en sí, dijo triste, "¿qué vas a pensar de mí?, bueno, no importa". Se puso de pie y escuché que dijo a la criada en la cocina: "díles a los invitados que me tuve que retirar a cambiarme de ropa, que si no bajo en una hora no me esperen, que me disculpen"; y escuché que subió a prisa los limpios escalones de su casa, los tacones de la perfecta casada. Me subí el cierre del pantalón, pensando que tenía su limpia saliva en mi verga, y esto me volvió a provocar una erección. Así volví con los demás invitados, sólo para escuchar tonterías, y pensar en mi fabuloso encuentro con la dueña de la casa. Se aproxima el cumplimiento de dos meses desde que ocurrió esto y, como he estado espiando a mis vecinas, a una llegando borracha a su casa en la mad**gada, vestida como una gran puta, y en las mañanas a la otra, la señora casada, barriendo disciplinada su casa perfecta, moviendo el culo, en pants, con su cabello rubio y lacio, sé que las volveré a buscar. En ellas encontré las putas que siempre quise.
08-15-2021, at 02:19 AM
Alýntý
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